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El tiempo en Contrapunto

Daniella Wurst

Contrapunto nos hace pensar en aquello que se crea en un espacio intersticial, en un espacio del entre. No se trata únicamente de las imágenes o de los poemas, y no es que existe una relación vertical entre ambos lenguajes- el visual y el escrito. Se crea algo nuevo. El proyecto surge como una comunicación en búsqueda de un lugar en un momento en el que nos encontrábamos suspendidos en la incertidumbre del encierro, en todas partes y en ninguna a la vez. Es un punto de encuentro, es decir, un espacio, pero también la presencia de un tiempo nuevo que se da tanto desde el momento de creación y en el momento en que nos encontramos con el libro en el ahora del presente. En ese sentido, cómo propone Andrés Hare, “el libro permanece en un estado de suspensión constante esperando a que seamos nosotros los que empezamos a proyectarlo en nuestras cabezas” [1].

Existe una dimensión lúdica y distintos tiempos que tienen lugar en el acto de creación y colaboración en Contrapunto. En esta correspondencia con estos dos registros, está el tiempo en el que Lucero envía la imagen, el tiempo en el que Víctor, conviviendo con la imagen encuentra un poema que ilumine algo de esta y, de manera inversa, las líneas de poemas que Lucero recibe también orientan la siguiente búsqueda visual. Se crea entonces un tiempo y un archivo nuevo y un tipo de reencuentro para ambos autores, tanto en la correspondencia- el encuentro del uno con el otro- cómo para cada uno con el registro que utilizan; es decir, el reencuentro de Víctor con los poemas y el reencuentro de Lucero con su propio archivo.

Hay algo ahí que se ilumina. En 1839 William Henry Talbot reflexiona sobre la cercanía existente entre la relación del lenguaje y la fotografía. Escribe que la fotografía no es más que un tipo de escritura de la luz, y la cámara es lo que Talbot llama “El lápiz de la naturaleza” [2]; es decir, que hay algo que esta nueva tecnología captura que apunta a un vínculo inmediato y creativo con el mundo que nos rodea. La primera imagen que abre al libro es un close-up de las líneas verticales de una caseta y alguien mirando adentro de ella. El poema de Vallejo que la acompaña dice lo siguiente:

Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.

No me vayan a haber dejado solo,

Y el único recluso sea yo.

A pesar de que no creo que el libro siga una narrativa particularmente lineal, la primera imagen y primer poema contempla un estado (de encierro, de incertidumbre) y a la misma vez anticipa la liberación de ese estado. Podemos pensar entonces el libro como una búsqueda donde se crea un espacio abierto, ya que ni el lenguaje visual ni el escrito están totalmente anclados o cerrados en sí mismos. Las imágenes de Lucero tienen una dimensión etérea, la vastedad de los cielos, los paisajes vacíos, las sombras que se asoman en lo monocromático, son presencias que existen en el libro sin un contexto, sin marcas específicas, sin nada que las ancle a un tiempo o a un espacio particular. Esto otorga la apertura necesaria para que las líneas de los poemas puedan entrar y configurarse, contraponerse, interactuar y crear algo que existe como una pura potencialidad. Los poemas, a su vez, al ser sólo líneas, retazos, extractos, no están sujetos a su principio o a lo determinante de su desenlace, y por ello son también una pura presencia abierta en el presente.

Contrapunto se crea de manera asincrónica. Las imágenes y los poemas han sido tomadas y escritas en distintos tiempos y se unen ahora, se abren para formar algo que nunca se llega a cerrar por completo. Y esto es porque el libro en sí pide un descubrimiento, inclusive cuando pensamos en su ensamblaje; la manera como nos tomamos tiempo al abrirlo, al desordenarlo, al ordenarlo de nuevo. Y a la vez, cómo podemos barajar las páginas como una mano de naipes y dejar un espacio para el azar. La fotografía y la escritura se parecen en ese sentido, porque ambos lenguajes mantienen una apuesta a un futuro encuentro. Pienso en una línea en el prefacio del libro El Tiempo Ata (Time Binds) de Elizabeth Freeman sobre cómo escribir o crear, en el sentido más amplio, es, después de todo, el procurar la posibilidad de que va a existir un futuro de un tipo, es una apuesta a que el acto de ver o de leer va a darse de alguna manera y en algún lugar [3].

Creo que el libro es una apuesta a eso. Responde a la necesidad de contacto y de comunicación a través de otras vías, a la posibilidad de encuentro en el tanteo en la oscuridad. A través de la fragmentación de ambos registros estos puedan ensamblarse de diferentes maneras, revelando nuevos significados, nuevos tiempos posibles de habitar, nuevos espacios y acortes de distancia. Creo que las líneas del poema de Circe Maia lo encapsula bien:

[...] en la simple mirada, dirigida

en vuelo, hacia otros ojos,
un áureo, un frágil puente se construye. Basta esto sólo.

Tenemos en las manos ese puente, somos nosotros esos otros ojos, nuevas miradas capaces de formar nuestro propio contrapunto.

[1] Hare, Andrés. Contrapunto/ Víctor Vich y Lucero del Castillo. Agosto, 2023.
[2] Talbot, Henry Fox. The Pencil of Nature. Londres: Longman, Brown, Green, and Longmans, 1844.

[3] Freeman, Elizabeth. Time Binds. Queer Temporalities, Queer Histories. Durham: Duke University Press, 2010.

Agosto 2023

 

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Sobre Contrapunto de Víctor Vich y Lucero Del Castillo

Andrés Hare

A riesgo de tomar un desvío del que no pueda regresar, quiero empezar este breve comentario del libro de Víctor y Lucero desde lo primero en que pensé cuando él me mostró la maqueta del libro.

 

En 2016 apareció la traducción al castellano de un libro de ciencia ficción chino titulado El problema de los tres cuerpos. El título de la novela, cuyo autor es Liu Cixin, alude a un famoso problema de la física. No me interesa inmiscuirme en la trama de la novela, solo quedarme con su título. Pues, a pesar de que no soy físico, creo que ese problema es una buena excusa para pensar este libro.

 

El problema proviene del siguiente planteamiento: cuando existe un sistema de dos cuerpos atraídos por su propia gravedad mutua y, sobre todo, cuando uno es más grande que otro (la Tierra y la Luna, por ejemplo) sus trayectorias son predecibles. Cuando aumentamos un tercer elemento, lo predecible ya no es más. Las fórmulas de las trayectorias que producía esta relación de a dos, cuando pasa a ser de a tres, son imposibles de, valga la redundancia, formular.

 

Se ha dicho en muchos lugares y de múltiples formas que la relación entre texto e imagen es siempre un matrimonio difícil de lograr. A veces el cine lo logra, hay ciertos libros (pienso en las tres novelas en imágenes de Max Ernst, por ejemplo) que también aciertan en esta complicada tarea. Los autores del volumen que me toca comentar hoy, y sospecho que también el diseñador, han querido el imposible. En vez de hacer gravitar una imagen con un texto, proponen una triple gravitación, como la del problema físico que acabo de describir.

 

Es entonces donde los resultados del libro se hacen imposibles de formular. Se produce una operación de combinatorias casi infinitas, que nos acerca al azar, otra cosa que por más que querramos, ni nuestras computadoras más avanzadas pueden producir. El azar no es más que, para citar a otro físico importante, Henri Poincaré, “la medida de la ignorancia del ser humano”. En ese sentido es difícil afirmar que lo que ustedes tienen aquí entre manos y yo al frente mientras escribo estas palabras sea un único libro.

 

Se trata más bien de un ejercicio que parece borgeano, aunque incluyendo imágenes, traiciona a Borges. Un libro que es muchos (no sabemos cuántos) a la vez. Quiero evitar la tarea de detenerme en cada una de la treintena de voces (es decir de poetas) que aquí se recogen, para junto a las imágenes de Lucero construir una nueva voz y los múltiples libros a los que he aludido líneas arriba. Los fragmentos provienen de tiempos, voces y espacios tan disímiles que lo mejor es dejar que el lector los descubra por sí solo. Hay sin embargo, algunos indicios de las relaciones que fotógrafa y glosista establecen. Se pueden encontrar, sobre todo, ecos de la pandemia, del encierro y una exploración que aunque provenga de un mandato externo, se enfrenta al interior mismo de la consciencia de sus autores.

 

En esa tercera voz, que son treinta y muchas más imágenes, hay momentos donde se escriben cosas como esta:

 

Nunca me voy a olvidar de ese acontecimiento

en la vida de mis retinas tan cansadas

nunca me voy a olvidar que en el medio del camino

había una piedra

había una piedra en el medio del camino

en el medio del camino había una piedra

 

[Carlos Drummond de Andrade]

 

Tal vez sea pretencioso de mi parte, pero ese fragmento en particular y especialmente sus dos primeras líneas, son para mí una declaración de principios. Se sugiere por una parte la condición de acontecimiento del poema y por otra el detenimiento, la negación de la palabra que pueden ser las imágenes. Estas, como sabemos, pueden ser tan opresivas como liberadoras. En el ejercicio en particular que nos plantean Víctor y Lucero se juega esta tensión y, como traté explicar con mi metáfora de la física, es una tensión que solo sigue transformándose. Que rechaza cualquier fórmula.

 

Las imágenes por su parte, que además combinan registros en blanco y negro y color, evaden lo narrativo desde una postura muy astuta. Como decía hace un momento, estas se contraponen al texto y más que dialogar con él, lo que hacen es simular este diálogo. Así se establece una relación con lo cinematográfico de carácter experimental. Donde el desfasaje entre ambos elementos aparece y desaparece en cada lectura posible.

 

Este libro, aunque a estás alturas ya deberíamos llamarlo dispositivo, permanece en un estado de suspensión constante, esperando a que seamos nosotros quienes empecemos a proyectarlo en el interior de nuestras cabezas. Es un ejercicio que ha logrado condensar pura potencialidad. Y es desde esa distancia, desde la certeza de que trato de hablar de una experiencia que es una entre muchas que los invito a leerlo.

Agosto 2023

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Tesis: No se nace violento, se llega a serlo: historias de vida masculinas en Lima

Lucero Del Castillo 

Las masculinidades violentas no son subjetividades aisladas, están imbricadas en dinámicas de poder económicas, políticas, culturales y sociales, por lo tanto, es importante considerar las lógicas de poder que las producen. Esta investigación, de carácter cualitativo con enfoque etnográfico, explora la construcción de masculinidades violentas, a partir de las historias de vida de siete hombres que cometieron actos de violencia contra sus parejas y que acuden al Centro de Atención Institucional (CAI-Breña) para reeducarse. El análisis parte de la intersección de sus prácticas cotidianas y las lógicas socioeconómicas y de consumo cultural, específicamente el juego y la televisión, usando tres campos conceptuales: la masculinidad hegemónica, la violencia y el modelo ecológico de la violencia, el cual permite reconocer múltiples factores relacionales. Lo hallado pone el foco en que no son solo actos de violencia cometidos por sujetos, son actos de violencia cometidos, en primer lugar, por un sistema económico y social que precariza el trabajo, acorta el tiempo libre y produce sujetos individualistas. Esto se evidencia en una figura central, la del padre, sobre el cual pesa el “fantasma” del padre proveedor, que no comparte con la pareja la crianza integral de sus hijos y no propone proyectos colectivos. En segundo lugar, son sujetos expuestos, desde edades tempranas, a una industria del entretenimiento que sigue poniendo como objeto de deseo a la mujer y fomentando prácticas violentas y consumistas. Esta estructura violenta produce sujetos violentos que construyen vínculos de pareja y parentales hegemónicos y frágiles, lo cual manifiesta que estos hombres padecen el amor y a la vez lo necesitan.

Lima, 2021

Leer la tesis completa aquí

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Thesis: One is not born, but rather becomes, violent

Violent masculinities are not isolated subjectivities; they are imbricated in economic, political, cultural and social power dynamics; therefore, it is important to consider the logics of power that produce them. This qualitative research, with an ethnographic approach, explores the construction of violent masculinities, based on the life stories of seven men who committed acts of violence against their partners and who come to the Institutional Care Center (CAI-Breña) for reeducation. The analysis starts from the intersection of their daily practices and the socioeconomic and cultural consumption logics, specifically games and television, using three conceptual fields: hegemonic masculinity, violence and the ecological model of violence, which allows for the recognition of multiple relational factors. The findings focus on the fact that these are not only acts of violence committed by individuals, but also by an economic and social system that makes work precarious, shortens free time and produces individualistic subjects. This is evidenced in a central figure, that of the father, over whom weighs the “ghost” of the provider father, who does not share with the couple the integral upbringing of their children and does not propose collective projects. Secondly, they are exposed, from an early age, to an entertainment industry that continues to place women as objects of desire and to promote violent and consumerist practices. This violent structure produces violent subjects who build hegemonic and fragile couple and parental bonds, which shows that these men suffer from love and at the same time need it.

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